El auténtico plan de Pedro Sánchez

Artículo publicado en el diario Expansión el 23 de julio de 2019

(Luz ambar a Sánchez: Iglesias contestón pero se achanta)

La diputada Batet (PSC) tras ser elegida presidente del Congreso.

Casi desde que la presidenta del Congreso anunciara la celebración de la sesión de investidura el 22-23 de julio, el presidente del Gobierno en funciones se ha dedicado a responsabilizar al resto de los líderes de los principales partidos políticos (PP, Ciudadanos y Podemos) de lo que casi todo el mundo estaba convencido sería un intento fallido. Quizá lo más sorprendente de la actitud de Sánchez durante estas semanas haya sido la soberbia exhibida en sus

Estebán (PNV) y Rufián (ERC) intercambiando opiniones en el debate de investidura.

declaraciones, vetando al líder de la formación política (Unidos Podemos) que lo aupó a La Moncloa en la legislatura pasada y exigiendo la abstención de aquellos partidos (PP y Ciudadanos) que por su peso podrían permitirle conformar mayorías estables de gobierno. Los 7,5 millones de votos y los 123 diputados logrados por los dos partidos socialistas (PSOE y PSC) que avalan la candidatura de Sánchez están muy lejos de representar a la mayoría de la sociedad española, y a nadie puede extrañarle que ningún partido, salvo aquellos que como ERC, JxC, PNV y Bildu esperan sacar tajada de esta debilidad, estén dispuestos a darle un cheque en blanco.

El escollo es Iglesias

Sánchez e Iglesias en La Moncloa cerrando el acuerdo de PGE 2019 el 11 de octubre de 2018.

Particularmente llamativo ha resultado el encono de Sánchez con Iglesias, quien fuera su principal avalista en la moción de censura y su socio preferente con quien negoció los fallidos PGE 2019 en la pasada legislatura. En la última entrevista ‘concedida’ a TVE, el presidente adujo tres razones para justificar su exclusión de un posible Gobierno de coalición. Primera, su posición favorable a realizar un referéndum de autodeterminación en Cataluña (y probablemente también en otras Comunidades). Segunda, su insistencia en considerar presos políticos a los políticos encarcelados o fugados sobre los que pesan acusaciones de sedición y rebelión. Y, tercero, su rechazo a aplicar el artículo 155 de la Constitución para atajar futuros procesos insurreccionales como el vivido en Cataluña entre 2009 y 2017 que, como es bien conocido, culminó votándose una resolución en el Parlament autonómico que declaraba constituida la república independiente de Cataluña.

Iglesias se lleva las manos a la cabeza en el debate de investidura.

Aparte de la humillación que supone para Podemos y sus votantes el veto de Sánchez a que su principal líder forme parte del gobierno de coalición  –imagínense por un momento que Iglesias hubiera exigido al PSOE que Ábalos fuera el candidato a presidente–, cualquiera que se detenga un momento a repasar los argumentos expresados por Sánchez caerá inmediatamente en la cuenta de que estamos ante una excusa urdida para debilitar a Podemos. ¿Acaso existen discrepancias fundamentales sobre las tres cuestiones mencionadas entre Iglesias y Montero que justifiquen la exclusión del primero? No parece ser el caso. El verdadero propósito de esta maniobra de Sánchez es asestar un golpe quizá definitivo al liderazgo de Iglesias y abrir la puerta a la incorporación al PSOE de líderes más moderados de Podemos, una táctica ya empleada con éxito por González para atraer a militantes del PCE e IU. Tras una resistencia decepcionante, el insobornable guerrero se ha achantado y ha acabado aceptando su exclusión del Gobierno . Así que el único fleco pendiente antes de que finalice la sesión de investidura es acordar los nombres y las responsabilidades que desempeñarán algunos militantes de Podemos en el próximo Gobierno de Sánchez.

Rivera y Casado contra las cuerdas

Sánchez aplaudido por su bancada en el debate de investidura.

Ante el temor de que el veto a Iglesias pudiera haberle impedido contar con el apoyo de los 42 diputados ‘podemitas’, Sánchez se dedicó durante las últimas semanas a responsabilizar a Casado y a Rivera de su posible fracaso y abocarnos a nuevas elecciones generales en otoño. Al escucharlo, los ciudadanos no podíamos evitar preguntarnos qué les ofrecía Sánchez a cambio. ¿Acaso estaba dispuesto a acordar con PP y Ciudadanos sus políticas presupuestarias, educativas, sociales y culturales? O, ¿buscaba únicamente ser

Sánchez y Rivera firmando el acuerdo entre el PSOE-PSC y Ciudadanos en el Congreso en 2016.

investido con su abstención para ponerse a negociar los PGE 2020 con otras fuerzas políticas? Si tan convencido estaba Sánchez de que los políticos encarcelados no lo están por sus ideas sino por saltarse la Constitución y las sentencias de los Tribunales, y si tanto le preocupaba contar con un gobierno dispuesto a aplicar, llegado el caso, el artículo 155, ¿qué le impedía sentarse a negociar un gobierno de coalición con Ciudadanos o incluso con el PP? Seguro que, además, las políticas presupuestarias, educativas, sociales y culturales que pudiera desplegar un gobierno de coalición con Ciudadanos o el PP habrían sido menos sectarias y reflejarían más fielmente las preferencias expresadas por los españoles en las urnas el 28-A.

Sánchez, en el avión oficial, lee atentamente documentos clasificados con sus gafas de sol.

Batet, Calvo y Sánchez con Torra, Aragonés y Artadi en el palacio de Pedralbes.

A estas alturas de la película, casi todos los actores conocen bien las intenciones de Sánchez: mantenerse al frente de un gobierno de fieles donde nadie le haga sombra ni le reste protagonismo alguno. Iglesias (pese al nuevo nombre de su formación: Unidas Podemos) encaja mal en ese idílico cuadro de aduladoras hilanderas. De ahí que Sánchez se haya aprovechado del desplome electoral de Podemos para darle la puntilla a quien a punto estuvo de acabar con la hegemonía del PSOE (84 diputados frente a 71 de Podemos) en las elecciones generales de junio de 2016. Visto lo visto en los meses transcurridos desde la moción de censura, pocas cosas buenas cabe esperar de la continuidad de Sánchez en La Moncloa con apoyo de Unidas-Podemos: nuevas concesiones a los partidos nacionalistas y secesionistas; más gasto, más impuesto y más déficit; y utilización del B(PS)OE para seguir reforzando su base electoral y debilitando la de sus adversarios.

Casado y Rivera junto a Abascal en la Plaza del Descubrimiento.

En cuanto a Ciudadanos, la lógica negativa de Rivera a entregarle a Sánchez un cheque en blanco está produciendo deserciones en sus filas que van a frenar e incluso podrían revertir el hasta ahora imparable ascenso del partido naranja. La ruptura con Valls, fruto de una incomprensible apuesta de Ciudadanos a la alcaldía de Barcelona, y la marcha de Arrimadas a Madrid pueden acarrearle un alto coste electoral en Cataluña. Además, la abrupta salida de varios de sus líderes está erosionando también la hasta ahora pulcra imagen de que gozaba el partido en el resto de España. La situación del PP de Casado, tras el brutal golpe que supuso la moción de censura y el descalabro electoral sufrido el 28-A, es también bastante delicada. Si la votación del próximo martes en el Congreso confirma la incorporación de Podemos al Gobierno de Sánchez, Casado y Rivera deberían aparcar sus diferencias, personales y programáticas, y sentarse a negociar porque con un voto tan dividido va a resultarles casi imposible a cualquiera de ellos llegar a La Moncloa.

Sánchez recibe a Torra en La Moncloa 9 julio de 2018.

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